Donde antes se fabricaban tornillos, hoy se producen ideas
¿Cómo imaginar una ciudad distinta?, ¿cuáles son los materiales que necesitamos para hacer visible, aunque sea provisionalmente, que la ciudad podría ser otra? O incluso mejor, ¿de qué manera podemos comenzar a construir otra ciudad? Sería bueno empezar por los espacios vacíos que rellenan nuestras ciudades de hoy. Ver qué posibilidades nos ofrecen ellos, antes de ponernos a construir en otro lugar. Para cambiar las cosas, seguramente, no debemos simplemente olvidar las que tenemos y empezar de nuevo, si no que se trata, precisamente, de eso de cambiarlas.
Consideraciones de la ciudad actual
La ciudad actual es una realidad compleja que se alza sobre un espacio social formado a lo largo de la historia y a la que cada generación le ha ido aportando nuevas etapas de construcción. La de hoy, y la de ahora, es una ciudad ya construida ubicada en un momento de cambio, de cambio de era, en el momento actual, tomando como significado el que le ha dado Foucault (1999) al adjetivo para designar “un devenir y un proceso de transformación, de mutación, un movimiento perpetuo de formación, que apunta a captar un espacio en el que se agitan determinadas fuerzas”. Por ello debemos leer el contexto urbano actual en términos de transformación y re-programación urbana y entender que los parámetros y atributos de análisis y diagnosis deben tender hacia la interpretación y la acción en la ciudad de personas y lugares, tomando el tiempo como concepto indisociable del de espacio. La ciudad como construcción colectiva de las interacciones económicas, políticas y culturales entre ciudadanos necesita de un proyecto y una gestión que desarrolle tales procesos más allá de la dimensión visual. Necesita de una estrategia capaz de administrar la multidimensionalidad de lo común sirviéndose de un proyecto colectivo a largo plazo que se va reajustando con el tiempo. A pesar de tratarse de una construcción física, materializada en un área urbana y ubicada en el territorio, su concepción temporal le es inherente e implica un desarrollo que incorpora factores, que no suelen tener otros proyectos constructivos, como el de incertidumbre, al principio, o el de oportunidad, a lo largo del proceso.
Hoy necesitamos un urbanismo que abandone su concepción industrial para apostar por la gestión de posibilidades del espacio, a partir de la magnitud de sus interacciones. Que sea capaz de superar las concepciones tradicionales del derecho de propiedad, que ya no parecen ser adecuadas, y han de ser complementadas por la creación de unos derechos de propiedad colectiva a través de la organización política del espacio (Harvey, 1977). Hay que tender hacia una estrategia que tome el suelo urbano y urbanizable como un bien común y no como una mercancía y que crea en el espacio por su capacidad de uso y no como mero valor de cambio. La ciudad actual debe recuperar su capacidad de diferenciación que, como explicaba Jane Jacobs, contribuyó decisivamente a vincular desarrollo con maneras diferentes de hacer las cosas. La posibilidad de innovación y difusión que presenta la ciudad a partir de la densidad de relaciones y contactos, así como la diversidad de intereses, ha hecho de ella siempre un lugar difícil en el que vivir, pero también un lugar en el que el grosor y la intensidad real o potencial de sus vínculos la convierte en tremendamente atractiva.
Vacíos urbanos
La manera en la que hemos entendido las políticas locales y el rol que han desempeñado los crecimientos urbanísticos han dejado un mapa de infraestructuras infrautilizadas, solares abandonados, industrias obsoletas, desarrollos residenciales atrofiados o locales vacíos en céntricas calles comerciales, que son hoy parte de nuestro paisaje urbano. Por ello debemos, ahora, abandonar la imagen del planeamiento urbano como un instrumento que favorece el crecimiento de la ciudad, y que por lo tanto incentiva al desarrollo de nueva construcción, para comenzar a creer en una nueva estrategia capaz de gestionar el espacio urbano poroso ante el que nos encontramos tras no haber apostado por acciones como la conservación, la reutilización y la rehabilitación.
Los vacíos urbanos están, hoy, en fase de consideración como recursos. Dado su potencial de uso se les ha convertido en objeto de propuesta de arquitectos, urbanistas y colectivos de distinto tipo, muchas de las veces dando respuesta a movimientos o necesidades sociales, o creando innovadoras actividades productivas capaces de ofrecer nuevas oportunidades sociales. Ello lleva a un empoderamiento de la ciudadanía, y citando a Signorelli (1999), ”en la condición urbana el control de un recurso se vuelve fuente de poder” Esqueletos, solares y edificios públicos y privados que permanecen vacíos y sin uso son espacios de oportunidad para el desarrollo de nuevos focos que permitan a los ciudadanos un acceso directo a la gestión colectiva de los recursos de los que la ciudad dispone. Se plantea la incorporación de nuevos usos a esos espacios más allá de los convencionales, respondiendo a las nuevas demandas de la población, que no son recogidas habitualmente por el planeamiento tradicional. Reclamos basados en nuevas formas de economía más participativa, auto-organizada y centrada en las necesidades de la colectividad más que en el crecimiento desenfrenado. (Todo por la Praxis, 2012) La tendencia a usar los espacios de manera mucho más intensa, desdibujando la titularidad y desorientando los usos preestablecidos, evidencian la complejidad y el crecimiento de una sociedad interconectada que reclama la oportunidad de experimentar el espacio público de maneras diversas.
La agenda de políticas urbanas necesita reinventarse para un tiempo que no fue el previsto en las normativas que rigen las dinámicas del urbanismo tal y como lo hemos conocido. El marco tradicional del urbanismo ha perseguido fijar usos y dar respuestas sólidas y con vocación de permanencia con herramientas de planificación que buscan dar estabilidad. Sin embargo, en un momento de cambio como el que vivimos, necesita flexibilizar su lógica para poder ser permeable a proyectos y dinámicas de expresión social mucho mejor adaptadas a la realidad social actual y a la urgencia por ofrecer valor social a tantos recursos ociosos en las ciudades (Fernández, 2012)
Vacíos urbanos productivos
La desamortización de los conventos fue la primera ocasión de reutilización de espacios, vacíos recuperados para nuevos usos. La segunda remesa de espacios obsoletos fueron las fábricas ubicadas en las ciudades que se abandonan al localizar la industria en territorios periféricos (Roca, 2013). Además de los polígonos industriales integrados en la trama urbana que se encuentran hoy en proceso de mutación, también nos enfrentamos a una situación en las que los pequeños comercios se ven obligados a cerrar, generando nuevos vacíos de actividad económica, espacios desocupados a pie de calle. Vacíos urbanos que por su ubicación son lugares estratégicos de la ciudad, espacios umbral que determinan el estado de salud del organismo ciudad a partir de las condiciones en las que se encuentran. Si cada vez más éstos espacios se vacían estamos ante la necesidad de desarrollar un diagnóstico para proponer un remedio alertaba Itziar González en el documental Buit ple, la ciutat arrítmica (2013)
La apuesta por el vacío como oportunidad de reflexión otorga a la ciudad una velocidad pausada capaz de provocar la creación de nuevas posibilidades donde prevalezca el valor de uso de los espacios por encima del simple valor de cambio. Hoy estamos ante el momento de repensar y transformar, y para ello debemos creer en la industria, una nueva industria capaz de insertarse en la sociedad y en sus espacios de oportunidad, que no necesite de la creación ni construcción de nuevos elementos, sino que sirva de los recursos existentes. Una actividad productiva de nueva generación que se alce a partir de lo existente, de una manera mucho más orgánica. Por ello, debemos entender que este momento de cambio tiene que ser capaz de mantener la vocación industrial, manteniendo el patrimonio a partir de su uso y su origen, y no sólo conservando sus piedras. Tomar los espacios construidos como lugares de posibilidad, donde el potencial productivo es determinante. La ciudad se caracteriza por tener una economía diversificada, y ello debe incluir también la industria. (Buhigas, 2013) Los espacios industriales dentro de la ciudad deben convertirse, dado su potencial, en espacios de experimentación, lugares donde prototipar la ciudad y sus actividades económicas.
Donde antes se fabricaban tornillos, hoy se fabrican ideas e incluso se le ajustan las tuercas a prototipos recién construidos. La clase trabajadora se ha convertido en lacoworking class de hoy en día, y ésta no necesita espacios muy diferentes a los de su antecesora. Una sociedad la de hoy, que reclama lugares, equipados con wifi, para poder desarrollar sus ideas e iniciativas y donde estrechar las relaciones sociales que empiezan en la red. Al fin y al cabo un espacio urbano de alta concentración, pues la ciudad no es más que la manifestación física del espacio del intercambio social y la producción colectiva.
Multitud de casos ejemplifican estas experiencias en todo el mundo. STPLN ocupa el lugar de una antigua dársena en Malmö, Suecia, reconvertido en un espacio abierto y disponible para todos aquellos que quieran producir y participar de la cultura, experimentar, desarrollar una idea o crear un prototipo. La Fabrika de toda la vidase ubica en una cementera abandonada en el municipio de Santos de Maimona, Badajoz, transformada en una fábrica para la gestión social del territorio y la ociocultura en el ámbito rural. O Puesto En Construcción, una pescadería cerrada en el Mercado de San Fernando de Lavapiés, Madrid, reformada en un espacio de trabajo compartido, son algunos ejemplos que ilustran tímidamente este abanico de posibilidades. Muchos de ellos forman parte además de la biblioteca de experiencias deincreasis.org, una plataforma abierta y colaborativa para la reconversión de recursos urbanos inutlizados en nuevas estructuras productivas.
Betahaus, the social space for the new coworking class
Otro caso muy interesante es el de Betahaus, un proyecto internacional que apuesta por un nuevo concepto de espacio productivo urbano. Con presencia en ciudades como Berlín, Sofia y recientemente en Barcelona desarrolla la idea de construir espacios de trabajo desde la oportunidad del espacio vacío y su resignificación industrial. Betahaus es un espacio que se configura como un proyecto común de todos sus usuarios del espacio y no sólo un lugar a compartir. “Coexistir es muy diferente a tener un proyecto común, en el sentido de intercambio e interacción, coexistir es respetar las diferencias, los límites, fronteras y demás” contesta Sennett (2012) en la entrevistaHemos perdido el arte de hacer ciudades a la pregunta “Una ciudad es un espacio donde los desconocidos coexisten ¿Hasta qué punto el hecho de compartir espacios públicos genera un proyecto común o crea comunidad política?” que le hace Magda Anglés. Desde Betahaus siempre han apostado por la creación de un proyecto común, no se trata de un producto que se vende por metros cuadrados de uso, sino que se configura como una transformación a partir de necesidades inmediatas.
El valor ya no se produce en fábricas ni en clásicas oficinas, ahora se crea en diversos lugares, en diferentes momentos y en equipo. Esta nueva forma de trabajo está constantemente buscando nuevas localizaciones reales y virtuales y para ello requiere de espacios de trabajo digital en red y colaboración abiertos que sean flexibles. Pero también de ubicaciones concretas donde formar un equipo, pues la proximidad física permite la comunicación cara a cara como el intercambio de información y la colaboración necesarios para innovar y mejorar la productividad. El proyecto de Betahaus permite una nueva forma de trabajar y habitar el espacio productivo, desde la colaboración y la idea de comunidad abierta, basada en la filosofía de las economías compartidas, las licencias libres y el código abierto, donde lo más importante es el derecho a uso por encima del de la propiedad, y el aprovechamiento de los recursos ya producidos, ya sea en forma de material, de espacio o de conocimiento. La colaboración y el trabajo colectivo son la herramienta básica de este nuevo perfil profesional, autónomos que cuentan con una comunidad a su alrededor y se sirven de tecnología para facilitar el acceso a la información de manera bidireccional. Betahaus es un nuevo espacio productivo donde comenzar a desarrollar proyectos, y donde prototipar ideas y proponer soluciones usando las herramientas e información de que disponen. Además de formar parte de una comunidad convencida del poder del autoabastecimiento, de la autosuficiencia y del trabajo en equipo, todas ellas son, al fin y al cabo, cualidades necesarias para proponer soluciones no imaginadas todavía por las instituciones.
Paul Romer, economista, determinaba en los años 80 que “el crecimiento no es una entidad exógena que se sucede por innovaciones que ocurren fuera del sistema, sino que la riqueza económica se crea cuando, a partir de los recursos existentes, se hacen nuevos descubrimientos. (…) El crecimiento económico se da cuando la gente coge los recursos y los reordena para que sean más valiosos” y el equipo de Betahaus siempre lo ha tenido muy claro. No sólo en materia de conocimiento sino en todos los aspectos del proyecto, de este modo creen que el espacio que debe ocupar la plataforma que configura Betahaus tiene que construirse en lugares vacíos de la realidad urbana. Además apuestan por la recuperación de una memoria industrial pues utilizan, incluso, conceptos que aunque renovados hacen referencia directa al pasado más productivo de las ciudades. Creen en la concentración de personas que provocan las ciudades, y apuestan por que ésta sea productiva, por ello vieron la necesidad de habilitar espacios para que la gente se encontrase y pudiese crear y producir conjuntamente. La revolución industrial propició la aparición de productos idénticos y cada vez más sofisticados, demandando para ello profesiones especializadas. Asistimos ahora a una revolución de producciones limitadas y en estado de prototipo, una nueva Revolución Industrial que se basa en el acceso libre a la información y en las herramientas que pueden incluso ser modificadas por los mismos usuarios, a partir de sus propias necesidades y conocimientos. (Anderson, 2013) Para fomentar este nuevo panorama productivo no se necesitan grandes cadenas de montaje ni fábricas con procesos industriales altamente estandarizados, sino que son necesarios una serie de espacios de interacción para que las ideas de esos ciudadanos formados puedan cruzarse y contagiarse. Para ello existen en la ciudad diversas oportunidades en forma de espacios vacíos. Las grandes fábricas han quedado obsoletas, ahora se necesitan talleres y redes que fortalezcan las relaciones a escala local y conecten a los profesionales a escala global. Sin embargo, el espacio a ocupar físicamente puede ser el mismo, transformando los espacios que dejaron aquellas antiguas fábricas dando respuesta a las demandas actuales.
La ciudad siempre ha sido considerada como una unidad económica natural del mundo, dada su competencia productiva, basada directamente en su alta capacidad de concentración. Pero debemos tener claro que la ciudad es un ecosistema complejo que se autogestiona y cuya forma no puede predeterminarse o controlarse desde el exterior (Jacobs, 1969) como tampoco se puede en Betahaus. Su diseño, inspirado desde el inicio en la idea de ciudad, como proceso inacabado es intencionado, pues Madeleine von Mohl explica que en los estados incompletos es donde se encuentran las oportunidades. Betahaus es más un proceso que un proyecto que se ubica en lugares que sean capaces de mantener esa esencia transitoria. Eligen espacios con gran potencial para la configuración de posibilidades y permiten a los usuarios transformar el espacio a partir de sus propias necesidades. Esa posibilidad, la de amoldar el espacio para uno mismo, es una de las oportunidades que brinda un proceso inacabado, además establece fuertes vínculos con el resto de usuarios del espacio, vínculos de respeto y compañerismo, superando así la barrera del coexistir para llegar al espacio del compartir.
Betahaus es una iniciativa que forma parte de los nuevos sistemas que combinan capital humano, conocimiento, colectividad y espacio productivo, y que se sirven para ello de nuevas herramientas que permitan colaborar, compartir y producir conjuntamente apostando por la autorresponsabilidad y autoabastecimiento y un sinfín de conceptos co- y auto- como pilares de una nueva experiencia emprendedora. Betahaus se ha propuesto generar espacios productivos bidimensionales, en lo que se refiere a global y local, trabaja para construir lugares con identidad propia huyendo de la réplica industrial y apostando por el prototipo desde su propia concepción. Es capaz de ofrecer espacio y posibilidades conjuntamente cediendo la potencialidad del espacio a cada uno de sus usuarios y facilitando las herramientas, modificables, para la transformación de las oportunidades en hechos productivos reales.
Reconsideraciones
El concepto de tarea colaborativa, de proceso constante y de hacer cosas junto a otros es fundamental de cara a configurar una forma diferente de organización del trabajo. Lo que además puede, a su vez, llegar a proporcionar un marco de relaciones ciudadanas que determinen lo que es mejor para la mayoría basadas en la colaboración, la accesibilidad, la comunidad, la apertura y la sostenibilidad. Mantener los modos de producción industrial al ritmo que se han llevado hasta ahora ya se ha demostrado que es insostenible. Del mismo modo que defender el crecimiento continuo como salida a la crisis es algo que parece no tener mucho sentido en el momento actual. “Son la innovación y la capacidad emprendedora las que impulsan el crecimiento económico y destruyen los sistemas establecidos para sustituirlos por nuevas empresas e industrias” exponía Schumpeter (1942) Para ello entonces necesitamos ideas y estrategias capaces de fortalecer redes relacionales y generar posibilidades de creación de nuevos proyectos, que podrían configurar un nuevo tipo de conexiones urbanas en sintonía con las necesidades reales de los ciudadanos. Entender los flujos de relaciones, materia, energía e información que dan forma a la ciudad es un reto para los cuadros de gestión de la ciudad. Tener en cuenta variables energéticas como la empatía ciudadana, que escapan a métricas de eficiencia, para llegar a desencadenar transformaciones espaciales es otro reto pendiente, pero iniciativas como Betahaus, así como otras anteriormente citadas, demuestran que es posible, efectivo y beneficioso para todos.
De todo ello se percibe, de nuevo no sólo la necesidad de la voluntad puntual de la administración para desarrollar este tipo de iniciativas, sino la demanda colectiva de considerar los vacíos urbanos como recursos de la ciudad. Reclamando así una renovación de la práctica urbanística que sea capaz de gestionar los recursos construidos, y de incorporar la variable del tiempo como factor fundamental para la transformación de la ciudad. Es necesario un marco capaz de agilizar procesos alternativos que se escapan de los rígidos límites jurídicos actuales, que pueda facilitarlos y de este modo permitir la emergencia incluso de iniciativas impredecibles, pues ésta la única manera de generar innovación.
“El derecho a la ciudad es por tanto mucho más que un derecho de acceso individual o colectivo a los recursos que esta almacena o protege; es un derecho a cambiar y reinventar la ciudad de acuerdo con nuestros deseos. Es, además, un derecho más colectivo que individual, ya que la reinvención de la ciudad depende inevitablemente del ejercicio de un poder colectivo sobre el proceso de urbanización.“
(Harvey, Ciudades Rebeldes, 2013 (2012), pág. 20)
Texto publicado originalmente en La ciudad viva.
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por Elia Hernando Navarro