Crítica Chilango
Por Luis E. Pineda
Quizá no conozcan a Lance Wyman, pero estoy casi seguro que conocen su trabajo.
Lance Wyman es un diseñador industrial estadounidense de renombre internacional por sus trabajos en la creación de la señalética de las grandes urbes. También ha creado la imagen de diversos eventos y festivales de calibre mundial. Entre sus grandes trabajos se encuentra el diseño gráfico del Museo de Minnesota, el del Metro de Washington y el de nuestro queridísimo Sistema de Transporte Colectivo Metro.
En De ida y vuelta podemos ver algunos de los trabajos más importantes que Wyman ha realizado en distintas partes del mundo, pero se pone especial atención a aquéllos que ha desarrollado en México. Va un poco más allá: se muestran las etapas del proceso por el que pasan sus diseños, y a lo que presta atención, antes de llegar a la etapa final.
Los procesos de diseño de Wyman tienen algo en común: la imagen reemplaza al lenguaje, haciéndolo innecesario en los sistemas en los que fue desarrollado. Esto supone beneficios para el usuario pues no es necesario que todos hablen el idioma local para entender las señalizaciones de los mapas.
El resultado de estos procesos lo podemos ver mejor ejemplificado en la señalética presente en las líneas del Metro de la ciudad: cada estación está representada por una imagen sintetizada a la que se ha llegado a través de reconocer una particularidad de la zona (por ejemplo el chabacano en la estación Chabacano), y en ese proceso la imagen adquiere una universalidad en la que no es necesaria saber el nombre de la estación, porque podemos quedar de vernos en la estación “del durazno” y no tendremos problemas para llegar a la cita.
Otro de los puntos de énfasis de la exhibición es el diseño gráfico de los Juegos Olímpicos de México 68. Wyman fue el que diseñó las imágenes para cada uno de los deportes y las torres de información que, cuentan, se usaron en aquel entonces. La verdad en esto me parece mucho más interesante la forma en que el Movimiento Estudiantil se apropió de ellas para los fines de protesta.
En la sala hay una especie de reproducción de un vagón del metro en donde se muestran documentos que nos cuentan la historia de algunos de los símbolos de las estaciones de la línea 1. Este tipo de situaciones me parecen algo irónicas – ya lo había comentado alguna vez con algo similar en la exposición de El hombre al desnudo –: escenas u objetos cotidianos que normalmente son objeto de rechazo o tedio, elevados a algo más, que no se cómo nombrar, al ser puestos en un museo.
En fin, hay otro aspecto del trabajo de Wyman que aborda la exhibición y en el cual difiero: dicen que los logotipos que él ha diseñado también son “escultóricos”. Por ejemplo, una reproducción del logotipo tridimensional del Hotel Camino Real o el del Zoológico de Minnesota: sí, sus diseños bidimensionales pueden ser transferidos a formatos tridimensionales, pero que sean “escultóricos” es una cosa totalmente distinta. Ni siquiera en el contexto de los 60 y 70 la declaración es correcta: desde antes la escultura ya se entendía como algo que trascendía lo objetual (la condición de objeto) y lo formal, para involucrar otros elementos como el espacio y el espectador. Creo que es pertinente señalar que no se está ante una “exposición de arte”, que esto es diseño: muy buen diseño. Pero no hay que atribuir las características del uno al otro.
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