El urbanista catalán cuestiona severamente la idea de hacer de la ciudad una marca
Como dice la copla «ni se compra ni se vende el cariño verdadero». La ciudad tampoco, aunque en esta época en la cual todo es mercancía la ciudad también parece que esté en venta. Y lo que es más feo, quienes promueven esta venta son los ediles responsables de una ciudad que no es suya y que tienen un mandato temporal para cuidarla. Un gran amigo chileno, Alfredo Rodríguez, escribió: solamente los que aman la ciudad tienen derecho a intervenir sobre ella. Sin duda alguna numerosos responsables de su ciudad no le demuestran mucho amor pues la publicitan para ponerla en venta mediante marcas idiotas como «smart city» y anuncios similares que no dicen nada. O bien se utilizan casos de otras ciudades supuestamente ejemplares que se ponen de moda. Hace algunos años estuvo de moda en América latina citar Barcelona como «modelo». Recientemente la moda ha sido Medellín. Independientemente de que estas ciudades han tenido éxitos y también fracasos los «modelos» no se pueden aplicar de una ciudad a otra. Tampoco se pretende, simplemente es un medio legitimador de operaciones lucrativas para venderla mejor. En cuanto a las marcas, aún es peor. Pues si lo que se ha hecho en una ciudad utilizando un modelo por lo menos tiene una existencia real, se puede contrastar el supuesto modelo con la copia. En cambio las «marcas» no son otra cosa que un slogan publicitario, todos son parecidos, vacuos e inoperantes, pero permiten que empresarios de «tecnologías urbanas» costosas vendan a los ignorantes o cómplices locales.
Lo que precisan las ciudades es dotarse de un proyecto de futuro a partir de actuar sobre las dinámicas presentes, las positivas y las negativas. Es lamentable comprobar como la mayoría de las ciudades europeas y latinoamericanas no definen un proyecto político urbano, pues no lo son ni los documentos políticos retóricos que no definen compromisos ni instrumentos , y tampoco los planes normativos o reguladores de elaboración penosa a lo largo de años cada vez más alejados de la realidad lo cual facilita que no se respeten. El urbanismo es ante todo una dimensión de la política. Y su objetivo es garantizar el acceso por igual a todos los ciudadanos de los bienes y servicios que ofrece la ciudad.
Hace unas semanas estuve dictando la conferencia inaugural en un encuentro de ciudades portuguesas y gallegas, el Eje del Frente Atlántico formado por 38 ciudades, 19 de cada uno de los países. Me resultó sorprendente que los otros dos ponentes españoles fueron los prototipos de las propuestas tramposas criticadas. Uno presentó el caso «ejemplar», Bilbao, otra ciudad que se utiliza como modelo. Sin menoscabar la transformación de esta ciudad, interesante y espectacular, es evidente que es un caso de imposible aplicación a otras ciudades pues en él se conjugaron un conjunto de factores positivos, una oportunidad de cambio y algunos factores no previstos como el edificio icónico de Ghery, que no estaba programado en el proyecto. El propagandista del «modelo» evitó cuidadosamente señalar los efectos perversos del éxito, como por ejemplo la especulación del suelo y la dinámica excluyente de los sectores de bajos ingresos. Se presentaba un modelo sin contradicciones. El otro ponente expuso la marca, la ciudad gestionada por la inteligencia tecnológica por parte del gobierno local. Todo se reducía a procedimientos administrativos que únicamente aportaban una aparente transparencia de la gestión pública siempre que supieras moverte en la trama compleja de los organigramas accesibles solo por medio de instrumentos muy sofisticados que no servían ni para rendimiento de cuentas por parte de los administradores ni para intervenir sobre los procesos deliberantes o ejecutivos por parte de la ciudadanía.
¿Cuáles son las conclusiones? Uno: gobiernos locales y sectores financieros y empresariales, han encontrado en las ciudades y los desarrollos urbanos, un ámbito de acumulación de capital, en buena parte de base especulativa, que no redunda en la reproducción social o calidad de vida de la mayoría de la población. Segundo: para ello se considera la ciudad como mercancía, todo se compra y se vende, se privatizan servicios públicos, la vivienda no es un derecho y una necesidad, es un bien que se compra en el mercado siempre que puedas pagarlo. Tercero: no se utiliza el marketing como una forma de dar a conocer la ciudad al exterior e integrarla en su interior, simplemente se realizan operaciones muy discutibles y poco discutidas imitando o citado modelos o bien más groseramente, se lanzan slogans publicitarios como magia generadora de felicidad. En el Foro Urbano Mundial de Naciones Unidas celebrado hace unos meses escuché decir a un responsable de una gran ciudad que presume de modelo y de marca, la mía, algo tan sorprendente como: «por medio de las tecnologías urbanas más avanzadas se acabarán las desigualdades sociales».
Publicado originalmente en El Andén.